domingo, 23 de noviembre de 2014

SI NO ESTÁS CON LOS TIRIOS ESTÁS CON LOS TROYANOS

Ay de quien, en España, no está ni con tirios ni con troyanos! Será repudiado por unos y otros. Se rechaza el diálogo, se abomina del pacto, se ridiculizan las terceras vías, se promueve el alineamiento frentista, se alienta la confrontación, se exalta a los nuestros y se denigra al adversario escarneciéndolo como enemigo… Pudo parecer por un momento que, al estar mucho mejor comidos y algo más desasnados, habíamos abandonado nuestra pulsión cainita más profunda. Pero no ha sido así. Esta ha renacido para satisfacción de dogmáticos, alivio de frustrados, justificación de cobardes y desahogo de impotentes. En suma: no niego ninguna -¡ninguna!- salida al contencioso que tenemos, pero sí abomino de las actitudes que van cristalizando a uno y otro lado, y que impiden hallarla en paz y concordia.

Juan José López Burniol -LA VANGUARDIA-22-11-14

lunes, 17 de noviembre de 2014

MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA CAMBIAR DE OPINIÓN

Cambiar de opinión no está bien visto. Sólo hay que pensar en cómo se rescatan artículos de juventud de políticos para dejarles en evidencia o cómo se recuerda, por ejemplo, que determinados periodistas conservadores fueron de extrema izquierda cuando estudiaban en la universidad. Por eso no nos extraña el consejo del escritor valenciano Joan Fuster: “Reivindica siempre el derecho a cambiar de opinión, es lo primero que te negarán tus enemigos”.
Cuando alguien cambia de idea, lo vemos como una falta de coherencia, en lugar de como un ejercicio de rigor. Y si somos nosotros los que modificamos nuestro punto de vista, lo vemos como una rendición, como si finalmente y tras decenas de conversaciones sobre el tema, nos viéramos obligados a admitir nuestra derrota.
Sin embargo, persistir en un error no tiene nada que ver con ser fiel a unos principios. Y además y como mínimo, deberíamos ejercitarnos en poner en duda nuestras creencias, para comprobar que no son sólo fruto de la inercia.
Aquí van algunos consejos para practicar la sana costumbre de ponernos en duda a nosotros mismos.

1. Evita el momento “¿pero qué…?”. Es decir, ese instante en el que oyes una opinión contraria a la tuya y la rechazas de plano. Ese rechazo es emotivo y sólo lo racionalizamos y justificamos a posteriori, tal y como explica Michael Shermer en The Believing Brain. Es decir, nos identificamos con una posición que habitualmente heredamos de nuestros padres, nuestro grupo de amigos o por nuestra educación. A partir de ahí seguimos de modo casi automático sus dictados, casi sin cuestionarnos nada al respecto.

Es más, interpretamos las supuestas pruebas de cada argumento según nos interese. Rechazamos la información amenazante y confiamos en la que nos gusta, como se explica en este artículo de Mother Jones acerca de por qué (a veces) no creemos en la ciencia. Este mismo artículo recuerda estudios que demuestran que consideramos sesgados los artículos y trabajos con los que no estamos de acuerdo, mientras que nos parecen mucho más neutrales y trabajados los que exponen opiniones favorables a las nuestras.

2. Por muy abiertos que nos creamos, tendemos a hacer más caso de la gente que es como nosotros: según otro estudio, los votantes del partido republicano estadounidense eran más propensos a dejar de pensar que Barack Obama es musulmán si quien les presentaba las pruebas era un hombre blanco.

Esto es aterrador, pero da una pista acerca de cómo cambiar de opinión: poco a poco. Si tienes dudas acerca de lo que piensas respecto al cambio climático, por ejemplo, lee a alguien que no esté de acuerdo contigo, pero que no exprese una opinión totalmente opuesta, que te caiga bien y que te parezca lo suficientemente inteligente como para suponer un modelo aspiracional. No escuches, al menos de entrada, a ese tipo al que no soportas y que te obliga a cambiar de canal nada más verlo por la tele. 

3. Importante: no veas debates televisivos. En estas tertulias sabes de entrada qué va a decir cada uno de los invitados, que suelen venir en representación de un determinado grupo de opinión. Incluso puede que aciertes en las frases exactas. No hay charla, sino un repertorio de dos o tres consignas por cada tema, que se exponen de forma desordenada y con la única intención de convencer a los ya convencidos. Nadie cambia de opinión tras uno de estos espacios televisivos o radiofónicos.

4. Un motivo por el que podemos adivinar qué piensa cada tertuliano es que, como comentábamos antes, nos adscribimos a las ideas de un grupo y nos mantenemos fieles a ellas sin cuestionarlas. Por tanto, hemos de desconfiar de los patrones, especialmente de los nuestros. Es decir, si nos consideramos, por ejemplo, de izquierdas, es muy probable que estemos a favor de la separación entre iglesia y estado, de una ley del aborto más abierta que la actual, de una educación y sanidad públicas, de que los catalanes puedan votar y que tanto los toros como las declaraciones de Aznar nos revuelvan el estómago. Reconocer esos patrones nos puede ayudar a reevaluar nuestras ideas: ¿creemos que hay que subir los impuestos a los más ricos porque es una forma de redistribuir la riqueza o simplemente porque es lo que “nos toca” y después racionalizamos esa opinión?

5. Si crees que esto no te puede pasar a ti y que tú eres una persona racional y juiciosa, haz como Scott Adams, el creador de Dilbert, y escribe una lista de las últimas veces que cambiaste de opinión sobre algo importante. No hablamos de marcas de champú, sino de lo que piensas sobre la vida. En el caso de Adams, entre los 30 y los 39 años sólo dejó de creer en ocho cosas. Y eso que él se considera escéptico. Tras escribir esta lista, tenemos dos opciones: creer que la mayor parte del tiempo tenemos razón en casi todo o estar dispuestos a cambiar de opinión a menudo.

6. Recuerda que no tienes por qué dar tu opinión en cada momento: puedes tomarte tu tiempo, estás en tu derecho de, simplemente, “pasar turno” en el bar. La indecisión es positiva porque es una forma de recordarte a ti mismo que quizás no sepas lo suficiente del tema como para tener una opinión formada, más allá de la reacción emotiva, casi instintiva, de soltar un comentario que parezca adecuado a "los tuyos". La primera respuesta es emotiva e instintiva. Puede que estés de acuerdo con ella, pero no tiene nada de malo que pienses un poco primero.

7. Si nada de esto funciona, escribe tus ideas con la mano izquierda. O con la derecha, si eres zurdo. Aunque parezca ridículo, nos sentimos menos cómodos con lo que escribimos con la mano tonta, en un curioso caso de transferencia psicológica. El mismo estudio sugiere además que la defensa persistente y entusiasta de una idea podría implicar en realidad duda. Es decir, si te enfadas mucho en una discusión de bar y necesitas gritar tu opinión, es muy posible que tú mismo no estés muy seguro de estar en lo correcto.

8. Recuerda que este artículo habla de ti. Y de mí, claro. No de ese amigo con el que discutes habitualmente y que siempre te parece estar equivocado en todo.
En definitiva, la frase "rectificar es de sabios" debería ser algo más que una excusa que soltamos, avergonzados, cuando alguien nos pilla en un error que no podemos justificar.

| El Pais, 17 de noviembre de 2014

miércoles, 12 de noviembre de 2014

DISCIPLINA DE VOTO

La más asquerosa expresión de obediencia sumisa acecha: la disciplina de voto o de partido. Se resume en la idea de “Si soy de estos he de aceptar todo lo que defiendan sea lo que sea” (“El que se mueva no sale en la foto” Alfonso Guerra dixit).
La comodidad hace que aceptemos cada vez más fácilmente las posturas decididas de antemano que nos vengan dadas desde arriba. Lo hacemos en bloque, para evitarnos tener que pensar, y asumimos igualmente en lote como equivocadas todas las del otro bando sin pararnos a escucharlas ni tratar de entenderlas o criticarlas constructivamente. Se llega así a la conclusión de que no puede haber una sola idea correcta entre las de “los otros”. Al final lo haremos de manera automática.
En nuestro país estamos acostumbrados a ver las concreciones reales de esta distorsión democrática a diario. Nuestro propio modelo político y social se basa en él.  Algunos de los sentidos más falaces y asumidos de este postulado están recogidos en la propia Constitución como cuando consagra el sistema parlamentario de partidos o la fórmula de la negociación colectiva desde la base de la agrupación de las ideas y las personas en bandos. Su máxima distorsión es el bipartidismo actualmente existente.

¿Quién no ha pensado alguna vez que con lo que cobran nuestros diputados y lo que piensan por sí mismos sería más rentable que las Cortes estuvieran compuestas solo por los portavoces de cada partido en lugar de por más de trescientas de sus señorías? Bastaría con que una maquinita multiplicara el voto de estos portavoces por el número de escaños que tiene cada partido y así se formarían las mayorías. De este modo no obligaríamos a nuestros representantes a la engorrosa tarea de tener que ir al Congreso a trabajar. Nos ahorraríamos el penoso espectáculo de verles llegar tarde a una votación corriendo por los pasillos desde la cafetería del Congreso y tener que aporrear la puerta de la sala del hemiciclo para que les dejen entrar, o el de votar por su compañero con el pié,.. pero sobre todo nos evitaríamos el patético trámite de sus señorías buscando con la mirada a su director de filas que les indica con los deditos lo que deben votar sobre un tema del que ni siquiera saben de qué se trata (y rezar para que no se equivoquen de botoncito).


Nuestros dos principales partidos políticos actúan así. Nos proyectan la imagen interesada de que son dos bandos irreconciliables y de que nunca estarán de acuerdo ni sobre temas en los que no tienen opinión creada como partido. Todos sabemos que nuestros diputados no saben pensar por sí mismos como regla general (la regla se llama disciplina de partido). Cuando están organizados miran al portavoz del grupo que les hace una indicación para hacerles saber “lo qué piensan sobre algo”. Pero en los casos más groseros les vemos votar simplemente lo contrario de lo que vota el otro partido. Sea el tema que sea. Las ideas se agrupan por fajos (u obediencias) y los frentes contrarios no pueden estar de acuerdo en nada. Punto.

¿No te pone nervioso oír de pronto en un mismo día y durante varias semanas a todos los lideres de un partido repetir la misma frase sean de donde sean? Nuestros pro-hombres necesitan que alguien les dicte cada día qué es lo que tienen que pensar y decir ante las cámaras si les ponen un micro en la boca a la salida del restaurante. No sólo se trata de disciplina de partido y de dar imagen unificada, también hay que evitar que piensen por sí mismos (Claro que ellos se prestan. Se juegan el sueldo). No hay que ser muy listo para darse cuenta de que no es casualidad. A menudo pienso quienes serán los que las preparan, redactan y remiten a todos los despachos para que los políticos de cierto nivel sepan las instrucciones del día y lo que deben pensar (huy que lapsus, he querido decir contestar) si se les pregunta. ¿Serán grandes estrategas políticos?, ¿Serán los famosos “fontaneros de la Moncloa”?, ¿Será una subcontrata?, ¿Será un genio del mal? Estos creadores de “mantras” políticos tienen gran influencia. Basta entrar en una cafetería y ver a la gente repitiendo la frase-tópico del día. Estos sí son verdaderos generadores de opinión. Son la mayor representación del frentismo agrupado.

Tenemos una buena paradoja en la entrada en el panorama político de partidos a los que no pueden encajar claramente como aliados de los unos o de los otros. ¿Por qué se sienten tan descolocados los partidos clásicos? Porque no saben claramente si son de “los suyos” o de “los otros”. Rompen las reglas. No se puede saber de antemano a quien van a apoyar en cada votación. ¿Cómo puede ser que estén de acuerdo con algunas de sus propuestas y con otras no? No está claro quién es su partido o facción opuesta. ¿Todos? 

Durante un tiempo se ha convertido en una constante encuadrarles en uno u otro bando según interesara en cada momento a quien hablaba. Finalmente han terminado dándose cuenta de que como les van a quitar votos a los unos y a los otros (que es lo único que les importa a ambos por encima de las ideologías o el interés del ciudadano) son enemigos de ambos: Son "El enemigo".

Los verdaderos enemigos de la democracia y el librepensamiento  y las mayores falacias de la historia son la obediencia debida, las consignas de partido, la disciplina de voto, las instrucciones a aceptar ciegamente, los programas electorales entendidos como conjunto de ideas que se aceptan o rechazan en bloque, las órdenes venidas de arriba, los dogmas indiscutibles,..

Adherirse a un grupo, e incluso admitir la existencia de la jerarquía interna del mismo, no es lo mismo que renunciar a la individualidad ni mucho menos hacer un acto expreso de sumisión. Solo es asumir una forma concreta de organizarse para alcanzar más eficazmente los objetivos. Una lección aprendimos de los totalitarismos corporativistas (“La patria antes que el individuo”) y es la mejor lección de las democracias socialdemócratas y liberales: Que lo accesorio no nos oculte nunca lo importante, que lo instrumental no supere lo esencial: toda estructura ha de estar al servicio del INDIVIDUO. Por encima del grupo (sindicato, partido, asociación, equipo..) siempre ha de estar cada persona que lo componga y sus criterios propios.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

VERGÜENZA AJENA

Hablar solo con gente que piensa como tú es lo que tiene.
Creer dogmáticamente que quien no lo hace está equivocado lleva a defender a veces lo indefendible.
He observado a mi alrededor el curioso fenómeno que produce en muchas personas la pertenencia a unos colores, un equipo, un grupo social, un partido o la afiliación a un “bando” concreto. Hay gente que deja de pensar por sí misma y de ser crítica al cabo de poco tiempo. Como por arte de magia empieza a repetir frases hechas que le dictan o que lee en los medios afines. Empieza a tener principios que vienen en lotes con otros, a aceptar como suyo lo que le dicen que debe pensar sobre los temas. Se cierra en las relaciones sociales sólo a “los suyos” con el perjudicial efecto radicalizador de la endogamia ideológica. Sus ideas se hacen predecibles y su discurso meramente repetitivo del de otros que se lo dictan. Su sentido crítico se apaga y al poco tiempo simplemente apoya lo que dicen los suyos y critica lo que dicen los otros. Sin pararse a pensarlo.
..pero a veces pasan cosas que no puedes defender por mucho que sean los tuyos quienes las hayan hecho (precisamente por que han sido los tuyos quienes las han hecho). El corporativismo y la lealtad entonces descubren que tienen límites y has de agachar la cabeza avergonzado por lo que han hecho quienes tanto defendiste ciegamente.
Y si tienes dignidad, si tienes criterio propio o alguna vez lo tuviste, no despejaras balones ni responsabilidades. Seguirás creyendo en tus principios, pero por ti mismo, no por pertenencia (si no te han defraudado tanto como para renunciar a ellos). Y exigirás a quienes te defraudaron que se vayan y limpien lo que han manchado, lo que tú querías. Te personarás como su primer acusador en lugar de defenderles tal es el daño que, a ti el primero, han hecho. Porque fue a ti a quien traicionaron antes que a nadie. Y sentirás vergüenza ajena y pagarás por su traición y tu falta de sentido crítico. Porque confundiste lealtad con obediencia y coherencia con disciplina y anulacion acritica de ti mismo. Y con ello les diste alas. Y ahora no puedes mirarnos a los ojos sin sonrojarte. Pues sabes que algo de la culpa es tuya.