miércoles, 30 de septiembre de 2015

CONMIGO O CONTRA MI

Un lector me preguntó el otro día por mi escepticismo político: mi falta de fe en el futuro y mi despego de esta casta parásita que nos gobierna, sólo comparable a la desconfianza que siento hacia nosotros los gobernados: sin víctimas fáciles no hay verdugos impunes. Siempre sostuve, porque así me lo dijeron de niño, que los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca serán libres, pues su ignorancia y su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador astuto, a cualquier lobo hambriento, a cualquier manipulador malvado. También en torpes animales peligrosos para sí mismos. En lamentables suicidas sociales.

Hace dos largas décadas que escribo en esta página. También, en los últimos dos años, Twitter me ha permitido acercarme a lo más caliente de nuestro modo de respirar. Y no puedo decir que sea confortable. Inquieta el lugar en que una parte de los lectores españoles se sitúan: lo airado de sus reacciones, el odio sectario, la violenta simpleza -rara vez hay argumentos serios- que a menudo llegan a un desolador extremo de estolidez, cuando no de infamia y vileza. Cualquier asunto polémico se transforma en el acto, no en debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el rigor, sino el más elemental sentido común.

Destaca, significativa, la necesidad de encasillar. Si usted opina, por ejemplo, que a Manuel Azaña se le fue la República de las manos, no encontrará criterios serenos que comenten por qué se le fue o no se le fue, sino airadas reacciones que, tras mencionar el burdo lugar común de Hitler y Mussolini, acusarán al opinante de profranquista y antidemócrata. Y si, por poner otro ejemplo, menciona el papel que la Iglesia Católica tuvo en la represión de las libertades durante los últimos tres siglos de la historia de España, abundarán las voces calificándolo en el acto de anticatólico y progre de salón. Pondré un ejemplo personal: una vez, al ser interrogado sobre mi ideología, respondí que yo no tengo ideología porque tengo biblioteca. No pueden ustedes imaginar cómo llovieron, en el acto, las violentas acusaciones de que escurría el bulto «y no me mojaba». Y es que en España parece inconcebible que alguien no milite en algo y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Reconocer un mérito al adversario es para nosotros impensable, como aceptar una crítica hacia algo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectas viscerales heredadas, asumidas sin análisis. Odios irreconciliables. Toda discrepancia te sitúa directamente en el bando enemigo. Sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política, lo que no toleramos es la crítica, ni la independencia intelectual. O estás conmigo, o contra mí. O eres de mi gente -y mi gente es siempre la misma, como mi club de fútbol- o eres cómplice de la etiqueta que yo te ponga. Y cuanto digas queda automáticamente descalificado porque es agresión. Provocación. Crimen.
Qué fácil resulta entender, así, nuestra despiadada Guerra Civil. Si ahora no se dan delaciones y paseos por las cunetas, es sencillamente porque ya no se puede. Pero las ganas, el impulso, siguen ahí. Me pregunto muchas veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de ver al adversario no vencido o convencido, sino exterminado. La falta de cultura no basta para explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados como nosotros se respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña en los colegios pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de la Inquisición con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes y gobernantes. Pero no estoy seguro. Esa saña que lo mismo se manifiesta en una discusión política que entre cuñados y hermanos en una cena de Navidad es tan española, tan nuestra, que me pregunto quién nos metió en la sangre su cochina simiente. Desde ese punto de vista, el español es por naturaleza un perfecto hijo de puta. Por eso necesitamos tanto lo que no tenemos: gobernantes lúcidos, sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso significa. Dispuestos a decir: «Preparemos al niño español para que se defienda de sí mismo. Eduquémoslo para que conviva con el hijo de puta que siglos de reyes, obispos, mediocridad, envidia, corrupción, violencia, injusticia, le metieron dentro».   

Arturo Pérez-Reverte 

Patente de Corso

miércoles, 23 de septiembre de 2015

ENCUESTAS PRECOCINADAS



Además de que me ha decepcionado mucho a lo que ha quedado reducida la supuesta "interactividad" que nos prometieron cuando llegara la televisión y la radio digital es que todos sabemos que son mentira.

Ya es triste que con todas las posibilidades de participación directa que brinda la "digitalización" mediante la conexión a Internet la única forma en que esta se ha materializado son las encuestas online en directo durante los programas. Denota una inconmensurable falta de originalidad por parte de los productores televisivos. Lo cual no es ninguna sorpresa a la luz de los guiones de las series y el mercadeo de programas entre cadenas y países. Otras decepcionantes formas de participación directa de los tele espectadores son las fotos que se mandan a los espacios meteorológicos o las preguntas que se remiten a los programas vía twiter. Penoso por mínimo en cuanto a explotación de posibilidades. 

Pero hoy me centro en esos porcentajes que se desplazan por la parte inferior de la pantalla hacia la izquierda en todos los programas televisivos. Se ha convertido en costumbre, vaya de lo que vaya el programa, abrirlo haciendo una pregunta al público sobre el tema del día (o no) ofreciendo la opción de dos posturas a las que adherirse a lo largo de la duración del programa. Los espectadores pueden llamar por teléfono para posicionarse (por teléfono a estas alturas) marcando uno u otro número según sea una u otra su opinión. De esa manera se suman las llamadas y se calculan los porcentajes de apoyo a una u otra alternativa. En los casos más avanzados se hace mediante encuesta en facebook o alguna aplicación en la web de la cadena. No me he fijado pero además casi seguro se tratará de llamadas de cobro. Eso sin contar lo engañoso que es hablar en porcentajes claro. Siempre queda mejor decir el 70% de las llamadas que "siete llamadas de las 10 que hemos recibido". Parece que llama más gente. Patético.

Muchas son las causas para la crítica antibandista en esta práctica.

La primera de ellas la propia formulación e incluso la redacción de la pregunta. Claramente tendenciosas en la mayor parte de las ocasiones. Con ellas la cadena solo quiere lograr demostrar su propia tésis y contribuir al reforzamiento del cororativismo confortante de los "espectadores de una sola cadena" (parafraseando al clásico que para referirse a los fanáticos religiosos los llamó "lectores de un solo libro"). 

Ahí están las Intereconomías de uno y otro signo haciendo preguntas del tenor de ¿Está usted de acuerdo con que se mancillen los derechos de los que no quieren ser tratados como...etc? para poder presentar a sus audiencias luego aplastantes guarismos cuando dicen: el público es sabio, el 89% se posiciona en contra de ... (Me pregunto quien compone el otro 11%. Imagino que trolls varios. Claro que también me pregunto quien saca tiempo para llamar para esas chorradas).

Otro motivo para la crítica es que la práctica está demostrado que estas encuestas no sirven para lo que deberían. En mi opinión deberían ser la demostración del sentido crítico de los individuos. Mostrar lo que de verdad piensa la gente tras una reflexión documentada sobre cada tema (para lo que está el programa correspondiente), ayudar a formar opinión propia. Sin embargo en realidad sirven más para reforzar la pertenencia a un grupo concreto, detectar al disidente y hacerle sentir incómodo hasta entre las cifras de las minorías, fidelizar a la cadena por sentirse a gusto entre los que piensan como tú, etc.

Y la mejor prueba de lo que digo es lo previsible de los resultados. Cualquier analista aficionado acierta antes de arrojar el resultado estadístico al final del programa solo con ver el sesgo de esta y la propia pregunta. Casi se pueden hacer apuestas sobre el grado de exactitud del acierto. Y lo que es peor aun; Esa exactitud responde en la mayor parte de los casos a que la gente se posiciona en este tipo de encuestas por lo que dicen los míos (argumentarios machacados hasta el aprendizaje memorístico y la repetición acrítica) o lo que se espera que digan dada "nuestra" trayectoria anterior sobre este u otros temas parecidos. NUNCA se posiciona (la mayoría en términos estadísticos, siempre hay excepciones) por opinión personalmente creada y desconectada del resto del cuerpo doctrinal de su facción o bando. La gente no llena esas estadísticas con su opinión sino con lo que le han dicho que piense o lo que pensamos los mios (que son dos formas de decir lo mismo). 

Si en un programa se pregunta ¿Cree usted que el Papa ha hecho los suficiente sobre tal tema? o ¿si ha actuado el gobierno adecuadamente en tal otro? sería posible hacer la pregunta así, tal como yo la acabo de redactar, porque  a los católicos les daría igual el tema de que se tratara y muchos de ellos dirían que sí fuera cual fuera (igual que los anticlericales dirían que no) y los votantes del PP responderían afirmativamente sin saber de qué se estaba hablando igual que los de los otros partidos dirían que no. 

Es más, estoy seguro de que la mayor parte de los que llaman a este tipo de cosas son siempre los mismos y opinan siempre en a misma dirección esperable. E incluso sospecho que hay personas que se creen en el deber, que se sienten en la obligación de llamar para dar fuerza a su postura (no la suya, la de "los suyos") para que el porcentaje de apoyo a su tesis "gane" ese particular concurso. Auténticos legionarios de las encuestas televisivas.

Eso si son verdad y en realidad llama alguien. Que me cabe seriamente la duda de que no sea simplemente una excusa para dar datos y rellenar, y que detrás no haya llamada alguna ni respuesta por parte de los telespectadores.

Triste.

Y ya.