miércoles, 12 de noviembre de 2014

DISCIPLINA DE VOTO

La más asquerosa expresión de obediencia sumisa acecha: la disciplina de voto o de partido. Se resume en la idea de “Si soy de estos he de aceptar todo lo que defiendan sea lo que sea” (“El que se mueva no sale en la foto” Alfonso Guerra dixit).
La comodidad hace que aceptemos cada vez más fácilmente las posturas decididas de antemano que nos vengan dadas desde arriba. Lo hacemos en bloque, para evitarnos tener que pensar, y asumimos igualmente en lote como equivocadas todas las del otro bando sin pararnos a escucharlas ni tratar de entenderlas o criticarlas constructivamente. Se llega así a la conclusión de que no puede haber una sola idea correcta entre las de “los otros”. Al final lo haremos de manera automática.
En nuestro país estamos acostumbrados a ver las concreciones reales de esta distorsión democrática a diario. Nuestro propio modelo político y social se basa en él.  Algunos de los sentidos más falaces y asumidos de este postulado están recogidos en la propia Constitución como cuando consagra el sistema parlamentario de partidos o la fórmula de la negociación colectiva desde la base de la agrupación de las ideas y las personas en bandos. Su máxima distorsión es el bipartidismo actualmente existente.

¿Quién no ha pensado alguna vez que con lo que cobran nuestros diputados y lo que piensan por sí mismos sería más rentable que las Cortes estuvieran compuestas solo por los portavoces de cada partido en lugar de por más de trescientas de sus señorías? Bastaría con que una maquinita multiplicara el voto de estos portavoces por el número de escaños que tiene cada partido y así se formarían las mayorías. De este modo no obligaríamos a nuestros representantes a la engorrosa tarea de tener que ir al Congreso a trabajar. Nos ahorraríamos el penoso espectáculo de verles llegar tarde a una votación corriendo por los pasillos desde la cafetería del Congreso y tener que aporrear la puerta de la sala del hemiciclo para que les dejen entrar, o el de votar por su compañero con el pié,.. pero sobre todo nos evitaríamos el patético trámite de sus señorías buscando con la mirada a su director de filas que les indica con los deditos lo que deben votar sobre un tema del que ni siquiera saben de qué se trata (y rezar para que no se equivoquen de botoncito).


Nuestros dos principales partidos políticos actúan así. Nos proyectan la imagen interesada de que son dos bandos irreconciliables y de que nunca estarán de acuerdo ni sobre temas en los que no tienen opinión creada como partido. Todos sabemos que nuestros diputados no saben pensar por sí mismos como regla general (la regla se llama disciplina de partido). Cuando están organizados miran al portavoz del grupo que les hace una indicación para hacerles saber “lo qué piensan sobre algo”. Pero en los casos más groseros les vemos votar simplemente lo contrario de lo que vota el otro partido. Sea el tema que sea. Las ideas se agrupan por fajos (u obediencias) y los frentes contrarios no pueden estar de acuerdo en nada. Punto.

¿No te pone nervioso oír de pronto en un mismo día y durante varias semanas a todos los lideres de un partido repetir la misma frase sean de donde sean? Nuestros pro-hombres necesitan que alguien les dicte cada día qué es lo que tienen que pensar y decir ante las cámaras si les ponen un micro en la boca a la salida del restaurante. No sólo se trata de disciplina de partido y de dar imagen unificada, también hay que evitar que piensen por sí mismos (Claro que ellos se prestan. Se juegan el sueldo). No hay que ser muy listo para darse cuenta de que no es casualidad. A menudo pienso quienes serán los que las preparan, redactan y remiten a todos los despachos para que los políticos de cierto nivel sepan las instrucciones del día y lo que deben pensar (huy que lapsus, he querido decir contestar) si se les pregunta. ¿Serán grandes estrategas políticos?, ¿Serán los famosos “fontaneros de la Moncloa”?, ¿Será una subcontrata?, ¿Será un genio del mal? Estos creadores de “mantras” políticos tienen gran influencia. Basta entrar en una cafetería y ver a la gente repitiendo la frase-tópico del día. Estos sí son verdaderos generadores de opinión. Son la mayor representación del frentismo agrupado.

Tenemos una buena paradoja en la entrada en el panorama político de partidos a los que no pueden encajar claramente como aliados de los unos o de los otros. ¿Por qué se sienten tan descolocados los partidos clásicos? Porque no saben claramente si son de “los suyos” o de “los otros”. Rompen las reglas. No se puede saber de antemano a quien van a apoyar en cada votación. ¿Cómo puede ser que estén de acuerdo con algunas de sus propuestas y con otras no? No está claro quién es su partido o facción opuesta. ¿Todos? 

Durante un tiempo se ha convertido en una constante encuadrarles en uno u otro bando según interesara en cada momento a quien hablaba. Finalmente han terminado dándose cuenta de que como les van a quitar votos a los unos y a los otros (que es lo único que les importa a ambos por encima de las ideologías o el interés del ciudadano) son enemigos de ambos: Son "El enemigo".

Los verdaderos enemigos de la democracia y el librepensamiento  y las mayores falacias de la historia son la obediencia debida, las consignas de partido, la disciplina de voto, las instrucciones a aceptar ciegamente, los programas electorales entendidos como conjunto de ideas que se aceptan o rechazan en bloque, las órdenes venidas de arriba, los dogmas indiscutibles,..

Adherirse a un grupo, e incluso admitir la existencia de la jerarquía interna del mismo, no es lo mismo que renunciar a la individualidad ni mucho menos hacer un acto expreso de sumisión. Solo es asumir una forma concreta de organizarse para alcanzar más eficazmente los objetivos. Una lección aprendimos de los totalitarismos corporativistas (“La patria antes que el individuo”) y es la mejor lección de las democracias socialdemócratas y liberales: Que lo accesorio no nos oculte nunca lo importante, que lo instrumental no supere lo esencial: toda estructura ha de estar al servicio del INDIVIDUO. Por encima del grupo (sindicato, partido, asociación, equipo..) siempre ha de estar cada persona que lo componga y sus criterios propios.

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