lunes, 17 de julio de 2017

E-LYNCH


Como sucedió con los deportes, a los que la civilización convirtió en sustitutivos de las guerras, está pasando con las redes sociales y las turbas descontroladas. Igual que las batallas sangrientas y deshumanizadas, a través de las que se dirimían diferencias entre naciones y se constataba la superioridad racial de unas sobre otras, fueron relevadas sabiamente por los partidos de fútbol entre selecciones y equipos locales, así los linchamientos se están viendo sustituidos por los scratches virtuales. Y está bien. A nadie se le escapa que es mejor que te insulte una multitud de oponentes políticamente correctos desde la distancia anónima de un tuit que aparecer colgado de un árbol.

Es evidente que es desagradable (También lo es una multitud de Hooligans borrachos gritando barbaridades a un árbitro), pero hay que analizar la cuestión desde el punto de vista de su rentabilidad social.  Reconducir la agresividad de un pueblo contra otro a un campo de fútbol en lugar de quedar a matarse a las afueras de una de las localidades vecinas fue acertado. Sustituir a una turba con sus antorchas quemando a una mujer por bruja por un ejército de descerebrados trolls que te acorralen virtualmente en lugar de abrirte la cabeza y desmembrarte es de agradecer. La sobreactuación de los imbéciles ultraortodoxos de sus dogmatismos es un precio a pagar a cambio de la paz social. La democratización del derecho a opinar como especialista de todos y cada uno de los temas y de marcar lineas rojas inimaginadas hasta ese momento, el derecho de autonombrarte guardián de las esencias de cada campo reservada para la caterva de ignorantes que no tendrían en sus vidas ese espacio de no existir las redes, el avance de las hordas, de los ejércitos, de lectores solo de su propia opinión y correctores del errado.. son las consecuencias de este sabio relevo sociológico en las costumbres.

Leo estos días comentarios (y libros) que tratan la cuestión solo desde la óptica del vaso medio vacío. Y qué duda cabe de que es un fenómeno deleznable el de ser insultado por redes sociales. Pero si lo relativizas tampoco es tan malo. Por comparación, digo. No en términos absolutos. Que a nadie le gusta verse atacado ni de palabra. Solo digo que es más llevadero que lo de antes. 

Como se decía de la prostitución, aquella idiotez de que cumplía una labor social y que evitaba que hubiera más violaciones, las redes también pueden servir de espita a los idiotas que necesitan volcar su mierda. Puede que estemos librando a los frenopáticos de una ingente población gracias a que existe una especie de pizarra en la que escribir tus insultos cuando nadie te ve y hacerlo además desde la distancia que te evita que el insultado te meta una hos***.

Al final va a ser hasta sano (para los unos y para los otros) este tipo de válvulas de escape.

Y ya.

(*) Para quien busque lo que no hay este texto habla de relaciones entre adultos. No pretende justificar por supuesto el bullyng entre menores o la presión social aplastante con los más débiles, campos en los que no me permito ni una sola broma. Que ya tiene uno que autolimitarse para no herir a colectivo alguno.