domingo, 14 de junio de 2015

EN NUESTRAS TRECE

"Sorprendí el otro día en la televisión a unos periodistas deportivos enzarzados en el debate de si Cristiano Ronaldo es mejor o peor que Messi. No es la primera vez que escucho una discusión tan grotesca; así que imagino que constituye una atracción televisiva habitual. Y digo grotesca porque, para cualquier persona que no esté completamente ofuscada por predilecciones partidistas, resulta evidente (basta ver jugar a cada uno un par de partidos) que Messi es un jugador infinitamente más dotado que Cristiano Ronaldo, infinitamente más perspicaz, habilidoso y desarmante del adversario. Con esto no quiero decir que Cristiano Ronaldo sea malo, sino todo lo contrario (aunque, desde luego, a chupón no lo gana nadie); pero Messi es superlativo y portentoso. El gol que Messi le cascó a mi amado Athletic de Bilbao en la última final de la Copa del Rey, por ejemplo, sería imposible que lo cascase Ronaldo; y esta imposibilidad es constitutiva, ontológica y, por lo tanto, irremediable.
Pero yo no quería hablar aquí de Messi y Cristiano Ronaldo, sino de ese españolísimo rasgo de carácter que consiste en «sostenella y no enmendalla», aferrándonos a las convicciones propias, aunque carezcan de fundamento, y permaneciendo siempre en nuestras trece, aunque la realidad nos lleve la contraria. Este obcecamiento, que en otras latitudes se considera síntoma de desvarío, en España es considerado conducta meritoria y hasta virtuosa; y como alimenta las esperanzas de otros obcecados que sostienen el mismo delirio, el delirante acaba convirtiéndose incluso en líder de masas, o siquiera en influyente prócer. Así, por adición de obcecados, se construyen facciones irredentas a las que luego el sistema pone a dialogar demagógicamente, para fingir que a través del diálogo se logra el entendimiento. Pero el resultado de tales diálogos es tan estéril y disparatado como el de esas tertulietas deportivas donde se debate si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi.
En realidad, el recurso del diálogo, tan socorrido entre los demagogos (diálogo entre creyentes y ateos, entre marxistas y liberales, entre blancos y negros, etcétera), se cuenta entre los más inútiles, cuando no existe voluntad de allanarse ante la realidad. En un mero trueque de palabras no puede existir posibilidad de entendimiento si previamente los 'dialogantes' no han hecho firme propósito de renunciar a los sentimientos y hacer uso de la razón, meditando las enseñanzas que la realidad nos ofrece. Cuando esto no ocurre (que es la mayoría de las veces), el diálogo se torna contraproducente y aturdidor, como se prueba en las tertulietas televisivas, donde tirios y troyanos sueltan su morralla sin que nadie convenza a nadie, sino más bien al contrario; y con unos efectos demoledores sobre las masas que consumen tal bazofia, que poco a poco se convierten en ejércitos de obcecados, jenízaros de tal o cual proveedor de morralla.
Siendo del todo sinceros, ni siquiera en su expresión filosófica el diálogo ha rendido grandes servicios al entendimiento. Esto se puede apreciar leyendo a Platón, cuyos diálogos no desembocan en una tesis, sino que más bien suscitan en el lector una sucesión de dudas irresolubles, a las que puede dar respuesta acogiéndose a las opiniones que vierten los diversos participantes en tan nobles coloquios. Pues, si en los diálogos platónicos no se alcanza el grado suficiente de entendimiento que conduce a la formulación de una tesis, ¿qué diremos de los diálogos entre españoles, discutidores y litigantes por naturaleza, que a lo largo de los siglos han gastado ingentes cantidades de saliva e ingenio sin llegar nunca a entenderse, sino por el contrario logrando que sus posiciones se enconen cada vez más? Los dos últimos siglos, desde las Cortes de Cádiz hasta nuestros días, que han sido los más dialogantes, han sido también los de más honda división entre españoles: con frecuencia solventada a tiros; y, en esta fase pacifista de la Historia, mediante una demogresca azuzada por la partitocracia que poco a poco convierte nuestra patria en un pandemónium grotesco.
Dialogar, debatir, discutir, de nada sirve cuando no se comparten premisas y no existe voluntad de entendimiento. Y sólo puede haber entendimiento cuando se acepta que existen realidades objetivas que no pueden estar siendo sometidas constantemente a controversia. Salvo que el fin del diálogo no sea el entendimiento, sino la mera locuacidad; pero no debemos olvidar que todas nuestras guerras civiles han salido de los debates y tertulias que mantenían nuestros obcecados e influyentes próceres."
José Manuel de Prada
El Semanal - Junio de 2015 (Sección animales de compañía)

jueves, 4 de junio de 2015

LA PAUTA DE NEWBERRY

Falacia número 10:                         Generalización: A para el caso X, luego A para todo lo que se parezca a X.
PAUTA DE NEWBERRY
(o  GENERALIZACIÓN ABSOLUTA)

“- El otro día fue el juicio contra el tío que me atracó por la calle y tuve que testificar. Estaba aquí sin papeles y le van a devolver a su país. Me parece bien.
-   Ya veo. Estas a favor de la expulsión de los inmigrantes.”

Enunciado: Dada la opinión A para el caso X, A será aplicable por extrapolación en cualquier caso que se le parezca.

- El bandista, con intención de demostrar tu incoherencia, manipulará el argumento que expresaste en una ocasión aplicándolo a una situación completamente distinta de aquella o generalizándolo para todos los casos que en su opinión se la asemejen.-

Ejemplo:
“ ..Pero ¿vas a aceptar ese ascenso? No, si yo lo digo porque te he oído decir más de una vez que en esta empresa hacía falta ser un imbécil y un pelota para que te ascendieran…”

El autor y su teoría:

El 12 de enero de 1987 marca el inicio de la carrera de Adam Mortimer Priest (de quien nunca se supo por qué le llamaban “Newberry”) como “cazador de incoherencias”. Tras ser el afortunado ganador de un premio de 125.000 dólares de la lotería del estado de Kansas su mente hizo finalmente “chack” y perdió la razón. Gracias a la fortuna recién adquirida pudo abandonar a su mujer y a sus hijos en la granja de mofetas que regentaba y dedicarse a cumplir su sueño. Se diseñó su propio uniforme de superhéroe, una mezcla entre su pijama favorito y sus mallas de running regalo publicitario de la marca Budweiser. Montado a bordo de su Lincoln granate del 82 recorrió el país a la caza y captura de incongruencias personales. Había reunido durante toda su vida un total de 12 voluminosos álbumes de recortes. Contenían declaraciones inconexas sin mas vínculo entre ellas que el de haber sido hechas por alguien y publicadas en algún periódico. No trataban sobre ningún tema en particular, ni eran de nadie concreto. Solo frases convertidas en titulares. “Nadie escucha al agricultor americano medio”, “los horarios comerciales deberían flexibilizarse”, “empecé a coleccionar bolsas de basura en los 70”. Su locura tenía método, dijeron años después los médicos que le trataron en su internamiento. Tras una pequeña investigación de cada persona (que a veces le costó una demanda por acoso dado que nunca fue muy hábil para esconderse en sus vigilancias y que las hacía disfrazado con su “uniforme”) se dirigía (así vestido) a las puertas de toda América y enarbolando ante su emisor el titular correspondiente en cada caso le echaba en cara su incoherencia personal.

-          ¿Es usted el James Lowat que el 8 de Julio de 1985 hizo ante un periodista del “Independence Chronicle” la siguiente afirmación: “las fresas de Wisconsin son las mejores del mundo”? Porque si es así le sugiero que replantee sus prioridades, amigo. No se puede presumir de consumir productos americanos y luego comprarse un coche coreano como el que le he visto aparcado a la entrada… ¡Ja![1]

Durante los seis años que duró su encierro en la institución mental “Brokenbrains” Newberry se dedicó a volcar sobre 876 rollos de papel higiénico su ingeniosa teoría. En ella defiende su ya famosa “pauta” según la que considera justificado convertir en reglas generales, aplicables a todo caso, las afirmaciones pensadas y proyectadas sobre situaciones concretas. Se trata del criterio de “aplicación rigurosa” o de “coherencia continua”. Según ello una afirmación tuya aplicada a un caso específico y particular siempre se podrá entender como regla universal que se puede proyectar sobre cualquier caso (aunque la analogía esté pillada por los pelos). Toda opinión expresada se convierte automáticamente en regla general universalmente aplicable a todo lo que te ataña aunque no tenga nada que ver con la situación que la originó. Se considerará probado que pretendías que la afirmación valiera para todos los casos sin distinción. Esta idea se expresa delicadamente en el eufemismo “elevar la anécdota a categoría”.

Para quien actúa según esta mentalidad las ideas no pueden ser concretas (válidas para un caso específico). Siempre son universales o generales aun cuando nacieron para una situación. La “Pauta de Newberry” ha funcionado siempre como puerta de entrada para el “Teorema de López del Río” de agrupamiento de Ideas y al “etiquetado indiscriminado”. Se entiende generalmente que se puede extrapolar a un tema más amplio una opinión local sobre un tema menor. Que quien opinó A en una ocasión sobre una cuestión circunstancial y anecdótica debe sostener las mismas razones cuando haya que aplicarlas a un tema de mucha mayor trascendencia aunque solo se asemeje tangencialmente.

“- Perdona, creí entenderte que tú también odiabas a los negros.
- ¿Por qué?
- Cómo dijiste que aquella vez en el metro uno te había pisado pensé que..”


Usos falaces:

la “Exigencia de Coherencia”:



Se trata de la manera más malévola de usar esta presunción que aplicaba tan curiosamente Newberry. Quien la utiliza echa en cara al interlocutor que no tenga una línea única en su discurso, que tenga vaivenes, que defienda unas veces una cosa y otras otra.

“Lo que no puedes hacer es defender cada vez una cosa distinta según te interese. No puedes decir ahora que las mujeres no son inferiores a los hombres cuando en el colegio tirabas a Ana de la coleta.”

La exigencia de coherencia es muy ruin cuando se usa maliciosamente y de forma mezquina. Es una de las más descaradas trampas dialécticas. Pone en relación técnicas que ya hemos estudiado al venir acompañada habitualmente de tergiversaciones (“Yo te he oído decir en más de una ocasión que…”) y deducciones sacadas por agrupamiento de ideas. Sin embargo como juego dialéctico mola. Mi mejor amigo es un auténtico experto en esta técnica y continuamente intenta sacarme de mis casillas usándola conmigo. Incluso se ha especializado en usarla humorísticamente porque sabe que me molesta de manera especial. La encadena a tácticas bandísticas muy depuradas en frases como “Claro, ya salió el fascista que llevas dentro. Con eso que acabas de decir me demuestras que vosotros los sociatas tenéis mil caras” (bandismo, frentismo, agrupación, etc..). A veces tengo que reconocer que el muy capullo[2] me hace dudar de mis propias posturas.

Y al contrario:
Es también muy curioso el uso que se hace de esta falacia en el ámbito político. Se utiliza de manera retorcida (y doblemente falaz por tanto) para justificar cambios de opinión. Estos “replanteamientos” son muy frecuentes por otra parte en la vida parlamentaria y la tarea de gobierno y oposición. Así no es raro ver a un político defendiendo la “incoherencia” entre sus decisiones o actuaciones (o entre las unas y las otras)  señalando que “lo que se dice para un caso no tiene por qué valer para todos los casos”. Estos argumentos suelen intentar esconder un interés. Si me beneficia digo una cosa y si me perjudica la contraria.

“Respetamos las decisiones del Tribunal Constitucional”
                        (Siempre que diga lo mismo que nosotros).

Así actuó el PP respecto a la sentencia sobre el Estatut de Cataluña pero no respecto a la de Bildu. Rizar el rizo es una expresión que se queda corta para definir la jugada de argumentar que si la guerra de Irak fue una guerra injusta, la intervención en Afganistán también lo debería ser, ergo ambas son justas. Conclusión evidente.

“Sacar frases de contexto”
Una forma refinada de usar esta técnica es aquella a través de la cual se hace pensar al receptor de la opinión descontextualizada (al oyente, lector, espectador..), que se quiso decir algo distinto a lo que realmente se dijo. Se les da muy bien a algunos becarios que hacen sus prácticas en periódicos en verano. Tras una hora de entrevista dejan tus declaraciones en cinco líneas bajo un titular entrecomillado que pierde todo su sentido fuera del conjunto de la conversación. Me lo han hecho varias veces haciéndome quedar como lo que no soy. Como si hubiera afirmado lo que no dije. 

Generalización desde la presunción:
Pero si elevar a general una idea expresada para un contexto concreto está mal, no digo ya hacerlo de una idea ni siquiera expresada sino solo presumida (por ejemplo por agrupación, tergiversación..). Si es aberrante generalizarla a todos los casos cuando su emisor la construyó pensándola aplicable solo al caso al que se refería, extrapolar una idea que se deduce es enfermizamente bandista. Lo sostenido para un caso no tiene por qué valer para todos. Cada situación tiene sus propias circunstancias condicionantes.

Por ello hay que tener cuidado con lo que se dice pues luego habrá ”Luises” que lo usen en tu contra aplicándolo a otros casos (“Nunca digas este cura no es mi padre” o “ De esta agua no beberé”). También hay que tenerlo con el “Efecto Adams” (Resultado de multiplicación exponencial del resultado por acumulación de falacias operando entre si) ya que si se parte de esta base se entenderá –por agrupación de ideas- que en otros temas tu opinión será una concreta y se generalizará a ejemplos análogos.

La concreción desde la idea general:
Hay que vigilar especialmente la perversión que supone precisamente lo contrario de la generalización absoluta. Por defender una idea general el “bandista” presumirá que siempre estarás de acuerdo con toda consecuencia que se derive de ella aplicada al caso concreto aunque sea aberrante. Por ejemplo expresar la creencia en la democracia como sistema y extrayéndose de tal afirmación consecuencias malévolas.





[1] Se trata de la reproducción literal del texto que consta en la denuncia que hizo Mr. Lowat en la oficina del Sheriff local para justificar por qué había entrado a por su escopeta para echar a aquel chiflado del jardín de su casa.

[2] En armenio y bactriano en el original.