jueves, 27 de diciembre de 2018

THE ART OF LISTENING-THE REVENGE OF NOISING


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Escuchar no es aprovechar mientras el otro habla para rebuscar en tu archivo de argumentarios lo que vas a decir en cuanto dejes de oír ese ruido de fondo molesto en tu cerebro que son sus palabras. Unas palabras que no estás escuchando, salvo en su primera frase y su lenguaje corporal que has necesitado para clasificarlo entre los tuyos o los contrarios, pues estás ocupado oyéndote a ti mismo, y que sin embargo ya has decidido están equivocadas por algo que has supuesto, por algo lejano que has creído oír antes en boca del enemigo. No consiste en tratar de recordar lo que te han dicho los tuyos que hay que decir cuando se hable de ese tema. No eres un soldado con órdenes de rebatir furibundo, de saltar de la trinchera en cuanto oigas la orden. Escuchar no es sacar del fondo de tu armario las ideas que alguien te ha dado precocinadas en forma de slogans para repetir, palabras de otros más listos que yo que ya me dan mascadas las frases para que no tenga que pensar.
El cerebro bandista funciona de una manera muy perezosa. Oye solo lo que quiere oír (emisoras, cadenas, periódicos, relaciones personales, foros..) y se va quedando con aquellas expresiones con las que se siente más cómodo (con las que más de acuerdo está en el mejor de los casos, las que más le tocan la fibra emocional o le aceleran la víscera sin tamizarlas por la razón en el peor de ellos) y las clasifica y archiva en una especie de cargador cerebral listas para ser disparadas contra el otro en cuanto le saquen el tema polémico o le lleven la contraria.
Cree que en realidad alguien se le ha adelantado y lo ha formulado antes que él pero que ese pensamiento que acaba de oír de manera machacona (con ánimo evidente de que luego sea repetido por los cuñados y los taxistas) era suyo originariamente. Asume la manipulación justificándose en que así pensaba él antes de que le dijeran lo que tenía que decir.
La actitud bandista en el dialogo se parece a la de esos lobotomizados de las películas que previamente hipnotizados actúan de determinada manera cuando alguien dice la palabra clave. Parecen entrenados para exaltarse y repetir argumentos en forma de frases manidas que alguien les ha metido en su cabeza a base de repetírselas en cuanto aparezca en el aire el tema supuestamente polémico. De manera visceral, a gritos si hace falta, agresivamente, con intención de imponerse o desdeñar por equivocados los puntos de vista del otro. En busca del arropo de otros que piensen igual y les den la fuerza del grupo contra el oponente.
Cuando discuto con un bandista (me obliga, yo no quiero) lo que más me molesta es la exactitud de la correspondencia de las palabras que utiliza, la identidad con las que usan los demás que piensan de la misma manera. No es que sea la misma idea, es que son las mismas expresiones, giros, orden, gramática, tiempo verbal, plural o singular.. la misma frase exacta en bocas distintas. Son literalmente iguales, aprendidas de tanto oírlas, dictadas y asumidas como propias.

El bandismo es una postura cómoda y cobarde. Escuchar es un ejercicio de valentía. Es difícil si se quiere hacer bien. No solo desde el punto de vista intelectual ni emocional sino incluso técnicamente. Es una habilidad que hay que entrenar. Hay que querer. 
Es oír cada idea expuesta por separado, una por una, aunque formen parte de un cuerpo común y ser capaz de formarse un criterio sobre cada una y no sólo del discurso general. Distinguir entre ellas, aceptar unas y otras no. Es estar dispuesto a aprender. Es reconocer no estar en posesión de la verdad (que no es lo mismo que no creer en tus propios argumentos). Es tratar de entender por qué el otro piensa así sin caer en la condescendencia sino empatizar de verdad. Es guardar silencio, respetar el turno. También es ser asertivo, respetarse uno mismo, y no dejarse invadir el espacio siquiera el intelectual de tu propia esfera íntima de pensamiento. Es acudir a la conversación con ideas preconcebidas (sería absurdo pedir lo contrario) pero dispuesto a revisarlas. Es que te quepa la posibilidad de salir de allí pensando distinto sobre algo aunque sea en parte y aunque luego no sea así (o si).
Escuchar es degustar las palabras del otro, darlas el tiempo que se merecen en tu cabeza, respetar su espacio, preguntarse por el camino que alguien ha seguido para llegar a esa conclusión que ahora te expone. Es aceptar su inteligencia, sus razones, su libertad, su historia y evolución. Es ser crítico y tamizarlas con tu propio criterio. Es descubrir en qué estás de acuerdo con él y en qué en desacuerdo, y por qué. Y luego exponer las tuyas de igual manera coincidan o no.
No toda conversación ordinaria ha de ser un debate (y menos una discusión. Si llega el caso es preferible negociar a menudo). No siempre hemos de rebatir,  a veces (las más) es suficiente exponer e intercambiar. 

De disciplinados rebatidores no escuchantes están las filas de los partidos políticos llenas, las conversaciones en los bares, las cenas de familia en Navidad, las audiencias.. Ávidos de que alguien les diga lo que deben pensar. De ese bandismo se alimentan los extremismos y el populismo, los nacionalismos, los fanatismos radicales, los sectarismos varios.. . Gracias a él crecen. Nutren los regimientos de incondicionales adeptos, followers sectarios, carne de cañón de las redes dispuestos a sacar el colt primero en defensa de los suyos a la mínima, creyéndose en su autojustificación ingenua estar con ello defendiendo sus propias ideas cuando lo que hacen acríticamente es ser el muro inerte de quien los usa para esa tarea. Repetidores hasta la saciedad, perros listos para saltar a la orden, que utilizan las frases que otros les han dicho para que las repitan de manera obsesiva para lograr la rendición por cansancio del opuesto y la del propio por refuerzo engañoso.

Respeto cada vez más a quien realmente se construye un criterio propio y no solo a quien cree hacerlo. Esos somos todos. Y no es cierto.

Y ya.

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