¿De dónde sale todo ese odio?
Es un elemento al que nos hemos acostumbrado, pero merece la pena recordar que no hace tanto no era la esencia del día a día de la vida parlamentaria ni de las declaraciones de nuestros políticos. ¿Dónde estaba escondido y por qué sale ahora?¿Estaba larvado esperando a emerger o es de nueva creación?
La eliminación del oponente, la concepción de que tras la lucha en la arena sólo debemos quedar los nuestros y los que no piensen como nosotros han de ser echados al mar, es la esencia del totalitarismo y es el mayor enemigo de la democracia que puedo concebir. La idea misma de que el horizonte político deseable sea expulsar al divergente de tus posturas es aterradora.
Los extremos del arco parlamentario se han terminado por caracterizar por sus ataques mutuos y por tener por necesario a su enemigo para existir. Otros vendrán que bueno te harán dice el refranero. Y acierta, pues con su visceral odio africano contra los de enfrente logran que demos valor a la moderación de los partidos intermedios. Nos recuerdan con su asquerosa rabia lo bueno de la alternancia y de la visión de la democracia como ecosistema en el que no solo todos caben sino que en su justa proporción son necesarios los diferentes puntos de vista pues enriquecen.
Las intervenciones públicas de sus líderes, en sede parlamentaria, ante los micrófonos de los medios, en sus redes sociales,.. se han convertido en vomitorios de exabruptos y en demostraciones de revanchismo latente que explota ahora tras años reprimido. En el caso de la izquierda recuerda la violencia revolucionaria de quien en otras épocas sí tenía de qué quejarse y causas reales por las que luchar y no como ahora en que han de magnificar las existentes para tener razón de ser en su postureo radicalizado. En el de la derecha obedece al inteligente aunque falto de ética recurso de polarizar y encrespar los ánimos mediante la apelación al miedo, que saben es garantía de éxito electoral como les demuestra la historia.
En todo caso algunos nos acordamos de un tiempo no lejano en que las intervenciones públicas de nuestros líderes podían ser mordaces, irónicas, sarcásticas, polémicas, ácidas, agitadoras, a veces agudas e ingeniosas, puede que incluso malévolas e incluso hirientes en ocasiones,.. pero no rezumaban al ánimo vengativo y revanchista de las que vemos ahora, la destrucción que desean, el odio que destilan.
En lugar de recordar su papel ejemplarizante nuestros líderes se han contagiado de la chabacana cháchara callejera y tabernaria, y del discurso de taxista enfadado. Y en un bucle lógico ello ha provocado, como era su intención, que la conversación ordinaria se haya teñido de enfado y tensión, de detección del enemigo y de enfrentamiento doméstico y cotidiano con el que piensa distinto. A lo que las redes sociales han contribuido sobremanera todo hay que decirlo.
Nunca os perdonará haber traído de vuelta el odio a la palestra.
Y ya.
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