No hace falta ser ningún estudioso del tema ni nada terminado en logo (ni neurobiólogo, ni sociólogo, ni antropólogo, ni psicólogo,..) para saber que preferimos oír o leer a quien piensa igual que nosotros que oír o leer una opinión contraria. Nuestro cerebro produce más serotonina cuando lo que oímos nos agrada y nos agrada más cuanto más estamos de acuerdo con lo que oímos. A algunos nos cuesta menos entenderlo si el ejemplo que ponemos es el contrario: notamos, incluso fisiológicamente, de manera somática (en los casos extremos lo llamamos grima), una sensación desagradable ante la opinión contraria. Rehuimos este encuentro de criterios diversos por incómodo (y por no discutir). Aborrecemos del conflicto. Y ello nos lleva demasiado a menudo a refugiarnos en los nuestros.
Es el efecto agradable del refuerzo, que es engañoso, pues lo identificamos con una relación proporcional falsa: a mas gente que piensa como yo más verdad es lo que opino. El espejo nos produce placer en un narcisismo intelectual muy estudiado.
Ejemplos de esto que comento son las elecciones de medio de prensa (periódico, cadena de radio o televisión) que hacemos para informarnos de la realidad.
Y la tendencia a la agrupación por intereses no solo no está mal sino que ha salvado a la humanidad. El gregarismo de unirte a otros es un mecanismo de supervivencia y comodidad. Sin embargo sin control solo lleva a un erroneo sentido del corporativismo que putrefacta el de la lealtad mal entendida, a la polarización y a la endogamia
intelectual. Además esto tiene un mágico efecto multiplicador en proporciones exponenciales
como demostró el “experimento Dimple”:
-
Si tienes a cinco dogmáticos con planteamientos r adicales, cada uno de ellos por separado
alcanzará un máximo de 2 en el alcance de sus actos dañinos (Por ejemplo un
talibán o un neonazi solos a lo sumo llegarán a hacer un daño de nivel medio
–equivale a un nivel amarillo en la escala de hijoputez de Cotzinsky-[1]).
-
Si les juntas en la misma sala[2]
y les permites conocer el grado de radicalidad de los demás y acuerdo entre
ellos, las posturas de cada uno se polarizarán y extremarán al sentirse
respaldados. Al salir de la habitación no tendrás la suma de cinco radicales (5
por 2) -no verás solo a cinco individuos dispuestos a llegar a 2-, sino que el grado de disponibilidad personal
hacia el daño ajeno habrá aumentado en cada uno de ellos hasta 5 y además el
efecto grupo hará exponencialmente más dañino el acto potencial elevándolo a 10
[3]
(es una nota al pie, no una potencia).
A lo largo de la historia de la humanidad hemos tenido ocasión de
asistir a las devastadoras consecuencias que ha significado la aceptación ciega
de la premisa “bandista”. Parece consustancial al ser humano buscar una tribu o
clan en la que refugiarse y estos han servido en demasiadas ocasiones como
elemento desinhibidor de los límites morales, éticos y sociales. Las ideas se
polarizan muy a menudo por encuentro con quienes piensan igual y ejercen entre
si un efecto multiplicador. Ese es el paradigma de los grupos de extrema
ideología política y base de los fanatismos de toda índole. Hemos visto como
este erróneo corporativismo y este sentido de la lealtad mal entendida (a la
familia, a la orden, al regimiento, a la patria, al partido, al equipo de
futbol..) sin el tamiz del sentido crítico personal han llevado al absurdo de
sostener que antes haya que defender a los míos, aunque estén equivocados, que
a la verdad[4].
Todos nos sentimos más cómodos entre “los nuestros”, nuestros afines, los que
se han manifestado en una dirección parecida a nosotros en alguna ocasión. Es
natural. Esa es la razón de ser de los “grupos socialmente reconocibles” como
eran las tribus urbanas, con las que nos r esultaba
fácil identificarnos por estética y por la ética que presumíamos llevaban
aparejadas. El problema radica a menudo en lo que hacemos en la confianza de
estar protegidos por los nuestros, en la seguridad de que se van a sentir
obligados a seguirnos o en la rapidez con que nosotros seguimos a algunos de
estos “afines”. También hay que estar atentos a las “perdidas de control” que
los grupos humanos suelen tener cuando nos encontramos entre los de nuestro
mismo parecer o grupo.[5]
Y ya.
[3] No haga nunca ese experimento
sin la supervisión de un adulto y 150 cascos azules. Consulte a su
farmacéutico.
[4] Credo de la Legión: “A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio”.
[5] Los compañeros del antidisturbios que se extralimita golpeando a una viandante inocente y en lugar de detenerle o recriminarle su actitud gritan a la agredida que se vaya antes de que la siga golpeando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario