Salvador Sostres es una agitador, como Inda o Sánchez-Dragó.. Pérez-Reverte es un fino polemista. Umbral lo era hasta que decidió cambiar de bando. Le resultaba más rentable. Pablo Iglesias, Donald Trump, Berlusconi son agitadores políticos. Errejón tiene más actitud de polemista. Ese reparto es más antiguo que el mundo, poli malo poli bueno, Aznar-Ávarez Cascos, Zapatero-Pepiño Blanco, Felipe González-Alfonso Guerra..
Otros lo intentan pero se quedan en el camino alcanzando gran notoriedad como meros imbéciles que es el escalón inferior siquiera al agitador. Véase por ejemplo a nuestro insigne Willy Toledo.
Otros lo intentan pero se quedan en el camino alcanzando gran notoriedad como meros imbéciles que es el escalón inferior siquiera al agitador. Véase por ejemplo a nuestro insigne Willy Toledo.
Se puede ser polemista siendo descarnado en lo que dices. Se puede incluso ser ofensivo e insultante. No está reñido. ¿Entonces? Si la diferencia no es la elegancia ni la dureza o no del mensaje (Verbi gratia este mismo texto)..¿cual es?
Aparte de que en mi clasificación hay una connotación negativa en los meros agitadores y mi predilección por gente como Artuto Pérez-Reverte (En su forma de expresarlas, no tanto o al menos no siempre, en el fondo de sus opiniones), creo que la separación está en el interés. La diferencia entre el agitador y el polemista reside en mi opinión en una cuestión de actitud al exponer una idea. De gestualidad pero sobre todo de intención. Si al hacer tu comentario o declaración buscas algo que te interese eres un agitador. Si simplemente estás dando tu opinión sin buscar nada más eres un polemista.
Los agitadores actuales se encuentran en las tertulias y en los partidos políticos, cada uno tiene el suyo oficial en nómina. Últimamente están en ambos escenarios. Hasta el punto de que se confunden y parecen el mismo. Los agitadores se reconocen porque están claramente interesados en que les sigan llamando para el siguiente programa para seguir cobrando el pastón que les pagan o servir a su jefe desarrollando su talento de "malmete". Por eso dan lo que se les pide. Carnaza. Carroña. Eso es el interés. Eso es ser un agitador. También los hay que simplemente se divierten creando malestar y soltando sus idioteces que saben que van a molestar a alguien creando incomodidad y ofensa, que no polémica. Los agitadores tertulianos son los peores bandistas. Por divertidos que nos resulten a veces su oficio es deleznable: cabrear.
Reconocerás a un polemista porque opina sin interés. Puede ser pedante, incluso soberbio (a veces en más de un sentido) pues transmite que no busca convencerte ni venderte su idea, sino solo exponerla. Tú la compras si quieres. No le importa si lo haces o no. No le importa si te convence. No quiere que le llamen al día siguiente, no se vende. Expone su punto de vista. No depende de su opinión, ni en la forma más o menos pintoresca de darla, su salario.
Los mejores están abiertos al dialogo e incluso a dejarse convencer de tu idea si es diferente a la suya y se ve respaldada por argumentos. No siempre es así.
Sin embargo los agitadores solo están interesados en crear mal ambiente, en dejar mal cuerpo, sin promover la exposición de ideas y menos su intercambio. Solo quieren molestar a alguien, ser mediocres y ofensivos porque ahora está muy bien pagado. Y los peores son los dañinos gratuitos. Los que se gustan molestando (aunque mejor si cobran). Se esconden bajo el disfraz de políticamente incorrectos, de superiores a los que no les importa por encima de quien pasen a cambio de su derecho a la libertad de expresión (Como si su opinión nos importara en su asqueroso complejo de superioridad) y el de la posibilidad de exponer su punto de vista, pero solo son carroña provecta. La peor ralea. Enfadadores y tensores profesionales.
La polémica bien entendida es conversación entre quienes no están de principio de acuerdo en algo. Un agitador es lo que toda la vida se ha llamado un "tocapelotas", un "cizañero". A veces reconozco que mola serlo, solo por gusto, por reventar a los políticamente correctos, pero como actitud vital y más como forma de ganarse la vida, es patético y asqueroso. La puntualidad de un gesto agitador concreto de vez en cuando es divertida (verla en otros y llevarla a cabo uno mismo) e incluso sana para el equilibrio mental y para romperle la cintura a los meapilas y tiquismiquis legionarios de las filas del correctopolitismo. Pero la pose continua es inaguantable, como lo es la del condescendiente supuesto intelectual maldito subido a su atalaya moral desde cuyo púlpito nos castiga con sus postulados dogmáticos e intransigentes. Se refugian en la agitación como metodología vital y concepto, en un "Yo lo contrario" continuo y cansino. Se sienten así cómodos y al menos valorados en esa esfera, seguidos por su cohorte de "#unodelosnuestros". Es triste final para unos fracasados cuyo ego se disfraza de superioridad en un vano intento de hacernos creer de forma intensa y jartible que la culpa de todos sus males la tiene cualquiera menos ellos mismos. Desconsiderados niños de papá mentales mimados, maleducados y creídos con un problema de gestión del fracaso personal. Misma patología curiosamente que llena las consultas de los terapeutas de críticos de cine y de literatura varios.
En la polémica hay elegancia de dialogo, respeto a la postura del otro, en la agitación fealdad, griterío, imposición, malas maneras y desconsideración. No digo que no sea divertido oirles pero es como oír un chiste escatológico; gracioso pero zafio.
En el populismo que apela a lo instintivo y visceral hay mucho de agitación, en la buena política (y el buen periodismo de opinión) de polémica.
De siempre tuvo razón el sabio (elegante como buen polemista) que sostuvo que era mucho mejor la mezcla que la agitación. No solo en el Vodka con Martini, también en las ideas.
Y ya.
Reconocerás a un polemista porque opina sin interés. Puede ser pedante, incluso soberbio (a veces en más de un sentido) pues transmite que no busca convencerte ni venderte su idea, sino solo exponerla. Tú la compras si quieres. No le importa si lo haces o no. No le importa si te convence. No quiere que le llamen al día siguiente, no se vende. Expone su punto de vista. No depende de su opinión, ni en la forma más o menos pintoresca de darla, su salario.
Los mejores están abiertos al dialogo e incluso a dejarse convencer de tu idea si es diferente a la suya y se ve respaldada por argumentos. No siempre es así.
Sin embargo los agitadores solo están interesados en crear mal ambiente, en dejar mal cuerpo, sin promover la exposición de ideas y menos su intercambio. Solo quieren molestar a alguien, ser mediocres y ofensivos porque ahora está muy bien pagado. Y los peores son los dañinos gratuitos. Los que se gustan molestando (aunque mejor si cobran). Se esconden bajo el disfraz de políticamente incorrectos, de superiores a los que no les importa por encima de quien pasen a cambio de su derecho a la libertad de expresión (Como si su opinión nos importara en su asqueroso complejo de superioridad) y el de la posibilidad de exponer su punto de vista, pero solo son carroña provecta. La peor ralea. Enfadadores y tensores profesionales.
La polémica bien entendida es conversación entre quienes no están de principio de acuerdo en algo. Un agitador es lo que toda la vida se ha llamado un "tocapelotas", un "cizañero". A veces reconozco que mola serlo, solo por gusto, por reventar a los políticamente correctos, pero como actitud vital y más como forma de ganarse la vida, es patético y asqueroso. La puntualidad de un gesto agitador concreto de vez en cuando es divertida (verla en otros y llevarla a cabo uno mismo) e incluso sana para el equilibrio mental y para romperle la cintura a los meapilas y tiquismiquis legionarios de las filas del correctopolitismo. Pero la pose continua es inaguantable, como lo es la del condescendiente supuesto intelectual maldito subido a su atalaya moral desde cuyo púlpito nos castiga con sus postulados dogmáticos e intransigentes. Se refugian en la agitación como metodología vital y concepto, en un "Yo lo contrario" continuo y cansino. Se sienten así cómodos y al menos valorados en esa esfera, seguidos por su cohorte de "#unodelosnuestros". Es triste final para unos fracasados cuyo ego se disfraza de superioridad en un vano intento de hacernos creer de forma intensa y jartible que la culpa de todos sus males la tiene cualquiera menos ellos mismos. Desconsiderados niños de papá mentales mimados, maleducados y creídos con un problema de gestión del fracaso personal. Misma patología curiosamente que llena las consultas de los terapeutas de críticos de cine y de literatura varios.
En la polémica hay elegancia de dialogo, respeto a la postura del otro, en la agitación fealdad, griterío, imposición, malas maneras y desconsideración. No digo que no sea divertido oirles pero es como oír un chiste escatológico; gracioso pero zafio.
En el populismo que apela a lo instintivo y visceral hay mucho de agitación, en la buena política (y el buen periodismo de opinión) de polémica.
De siempre tuvo razón el sabio (elegante como buen polemista) que sostuvo que era mucho mejor la mezcla que la agitación. No solo en el Vodka con Martini, también en las ideas.
Y ya.
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